Sucede que me canso de
mis pies y mis uñas, y mi pelo y mi sombra. Sucede que me canso de ser hombre
(Pablo Neruda).
Sucede que me canso de los lunes y de los fines de semana,
bueno y ya que estamos, de los martes, los miércoles y los jueves. Me ahoga la
rutina. Me canso de trabajar y de estudiar, de la maldita FCom y sus putos
cafés de catergest, de los profesores inútiles y las clases improductivas. Me
canso de los insufribles Amarillos, y del C1 y del C2. Me canso de la Nacional
Cuarta, del Quinto Centenario, de la avenida Américo Vespucio. Me canso de
fumar, de la música, de los libros y del cine. ME CANSA EL PUEBLO. Me canso de
los cafés del Muapelo y de las tardes de biblioteca. Me canso de la fotografía,
de mi cámara, del vídeo. Me cansan las noches y Telecinco. Me cansa estar
buscando algo que no voy a encontrar. Me cansan los ascensores y sus silencios
incómodos. Me cansa el otoño, el invierno, el verano y la primavera. Ocurre que
me canso de ser lo que no soy y de ser lo que soy. De seguir adelante, de no
parar, de no abandonar. Pero también me canso de huir y de echar a correr
cuando siento pánico.
Sucede que me canso de escribir esto. Me canso yo mismo. Me
cansa la búsqueda constante de un cambio y no cambiar, quizás por estar
cansado.
Me canso, en definitiva, de existir, esto es, de ir
muriendo. Lentamente, todos los días, un poco.
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